Estaba cenando esta noche cuando he encendido la TV para ver las noticias, y mi mando a distancia se ha chocado de frente con la pavorosa mirada de Paul Auster, que agradecía el premio Príncipe de Asturias con estas palabras:
"(..)La novela es una colaboración a partes iguales entre el escritor y el lector, y constituye el único lugar del mundo donde dos extraños pueden encontrarse en condiciones de absoluta intimidad. Me he pasado la vida entablando conversación con gente que nunca he visto, con personas que jamás conoceré, y así espero seguir hasta el día en que exhale mi último aliento.
Nunca he querido trabajar en otra cosa."
(Se trata del final de su discurso, quien quiera leerlo entero puede hacerlo en la página de la Fundación Príncipe d Asturias).
Reconozco que descubrí a Paul Auster tarde, muy tarde, hace a penas unos años, pero su impacto ha hecho mella en mí. En mi época de la Facultad, todo el mundo leía la Trilogía de Nueva York. Todo el mundo menos yo, por un prejuicio anti-yanki. Yo creía que todo lo norteamericano era simple y simplista, y sus escritores no mercían la más mínima atención. Pero fue empezar las primeras líneas de La Ciudad de Cristal, y mi opinión cambió radicalmente. El juego de realidades y ficciones, la referencia al mito de Segismundo (o el de Sidharta), la reelaboración del "tipo" del detective neoyorkino ... y un largo etcétera, como las citas intertextuales, desde el Quijote a Herodoto.
A la Trilogía siguieron otras obras de Paul Auster, pero también. de Patricia Highsmith.
Extraños en un tren (1951) era infinitamente superior a la versión cinematográfica de Alfred Hitchcock, que, aunque un clásico del cine, pasaba por alto uno de los temas centrales de la novela, el amor homosexual. Más sorprendente me resultó Carol (1953), de la misma autora. Publicada originariamente bajo pseudónimo, y con el título de El precio de la sal, cuenta una historia de amor entre dos mujeres. Nos podemos imaginar qué impacto debió suponer una historia de esas características hace 50 años.
Desayuno en Tiffanys de Capote (maravillosa y ácida) y Por quien doblan las campanas de Hemingway cerraron mi "verano norteamericano" del 2003. Por cierto, ésta última defraudó un poco mis expectativas.
"(..)La novela es una colaboración a partes iguales entre el escritor y el lector, y constituye el único lugar del mundo donde dos extraños pueden encontrarse en condiciones de absoluta intimidad. Me he pasado la vida entablando conversación con gente que nunca he visto, con personas que jamás conoceré, y así espero seguir hasta el día en que exhale mi último aliento.
Nunca he querido trabajar en otra cosa."
(Se trata del final de su discurso, quien quiera leerlo entero puede hacerlo en la página de la Fundación Príncipe d Asturias).
Reconozco que descubrí a Paul Auster tarde, muy tarde, hace a penas unos años, pero su impacto ha hecho mella en mí. En mi época de la Facultad, todo el mundo leía la Trilogía de Nueva York. Todo el mundo menos yo, por un prejuicio anti-yanki. Yo creía que todo lo norteamericano era simple y simplista, y sus escritores no mercían la más mínima atención. Pero fue empezar las primeras líneas de La Ciudad de Cristal, y mi opinión cambió radicalmente. El juego de realidades y ficciones, la referencia al mito de Segismundo (o el de Sidharta), la reelaboración del "tipo" del detective neoyorkino ... y un largo etcétera, como las citas intertextuales, desde el Quijote a Herodoto.
A la Trilogía siguieron otras obras de Paul Auster, pero también. de Patricia Highsmith.
Extraños en un tren (1951) era infinitamente superior a la versión cinematográfica de Alfred Hitchcock, que, aunque un clásico del cine, pasaba por alto uno de los temas centrales de la novela, el amor homosexual. Más sorprendente me resultó Carol (1953), de la misma autora. Publicada originariamente bajo pseudónimo, y con el título de El precio de la sal, cuenta una historia de amor entre dos mujeres. Nos podemos imaginar qué impacto debió suponer una historia de esas características hace 50 años.
Desayuno en Tiffanys de Capote (maravillosa y ácida) y Por quien doblan las campanas de Hemingway cerraron mi "verano norteamericano" del 2003. Por cierto, ésta última defraudó un poco mis expectativas.
Comentarios
Sólo he leído un libro de Paul Auster, tendré que leer más.
¡Cuestión de gustos!
Yo no había leído nada de Auster hasta que leí la reseña de La Bitácora del Tigre sobre Brookling Follies. Ahora estoy terminando El Libro de las ilusiones. Los blogs también abren puertas a otro tipo de lectura.
Me indujeron a la lectura de Paul Auster dos compañeros de trabajo, Núria Reichart y Josep Hernández. Tengo que reconocer que no todos los que he leído me han gustado por igual. Me quedo, sin dudas, con la trilogía de Nueva York y con El libro de las ilusiones, aunque me falta por leer gran parte de su bibliografía.
En cuanto Josep se lo acabe me pasa Brookling Follies
Otro libro de literatura norteamericana que recomiendo es "La conjura de los necios", de John Kennedy Toole. En realidad son estos y poquísimos libros de escritores yankis que he leído.
Con "Por quien doblan las campanas" no pude. Lo tengo en una edición de dos tomos y me terminé el primero casi por compromiso y no me atreví con el segundo de lo pastosa que se me hizo la novela.
Como estudiante de clásicas, siempre tuve el ojo (literario) puesto hacia oriente. Tendré que ir girándolo de tanto en cuanto a occidente.
Afortunadamente el tiempo me ha dado la razón y ahora es muy conocido.
No tenía ninguna referencia de él, pero ojeando libros en un librería me topé con "El país de las últimas cosas". Era una época en la que leía sobre todo ciencia ficción ( Ray Bradbury también está entre mis favoritos)y el libro de Auster me pareció interesante así que lo compré y lo deboré literalmente, creo que no me ha pasado con ningún otro libro. A partir de entonces fui descubriendo otros libros de Auster (tengo unos 15, entre ellos una pequeña joya :
" Ciudad de cristal" en versíón gráfica adaptada, como un cómic).
Por cierto, os recomiendo la lectura del libro citado anteriormente y también de "La música del azar".
Por último, me gustaría destacar el papel del azar en las novelas de Auster; muchas veces los giros argumentales son extrañamente recurrentes. Lo que llamamos -casualidades de la vida- o -el mundo es un pañuelo- queda extensamente reflejado en sus novelas.
Como matemático soy de los que creo que sólo somos fruto del azar, así que no está del todo mal, de vez en cuando, dejarnos llevar por su música.