Cuando mi hijo empezó la educación primaria lo apunté a una escuela de música como extraescolar. Yo iba vendiendo por ahí la creencia de que la música es una inteligencia super importante (que lo es), y de que ayuda a la mente para aprender matemáticas (que lo hace, hay estudios que lo demuestran) y un montón de ideas educativas más que mi círculo próximo me compraba por el hecho de ser profesora (como si el ser profesora ayudara a ser madre, más bien es al revés, desde que soy madre soy mejor profesora, pero ese es otro tema).
La cuestión es que estuve 6 años engañándome a mí misma, hasta que en primero de ESO mi hijo me dijo que no pensaba ir a una clase más de trompeta, porque no le gustaba nada y tenía que dedicarle muchas horas que prefería invertir en cosas mucho más amenas, como el tae-kwon-do y el moe -thai. Cómo no, puse el grito en el cielo, empecé a proferir gritos de ¡eso ni hablar!, hasta que mi hijo me soltó así, sin anestesia “¡Además, si tanto te gusta la trompeta, apúntate tú!”. Fue un dardo directo al corazón, que me hizo darme cuenta de la verdadera razón por la que había obligado a asistir a clases de música a mi hijo “Porque era lo que me hubiera gustado hacer a mí en mi infancia y no pude”.
Imagen de Jaron gmn en Pixabay
Cuantas veces los padres proyectamos en nuestros hijos nuestros deseos y frustraciones, y nuestros hijos, por amor, nos obedecen ciegamente. Muy famoso fue el caso del tenista Agasi que escribió un libro para explicar que siempre había odiado el tenis y que jugaba porque su padre lo había decidido por él.
Como hijo/a también tienes que aprender a poner tus propios límites, y a decidir qué quieres o qué no quieres ser, seas de padres separados o no. Pero si eres de padres separados, tienes un peligro aún mayor, que los mensajes sean contradictorios.
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