Repiquetea con los dedos sobre la mesa verde, mientras sus alumnos están leyendo, como siempre, en silencio. Es por eso que la vista se le va sin querer hacia la ventana y el pensamiento, hacia otros tiempos. Fuera está lloviendo, y es tan escasa la lluvia que parece que ha venido a regar sus últimos días en el instituto, a dar el toque de nostalgia que no está teniendo este final de curso.
Recuerda casi sin querer sus principios, todavía en tiempos de la dictadura ... “¡no había dado yo collejas en clase!” parece querer decir el gesto de media sonrisa que aparece en la comisura de sus labios. Muchos de los alumnos de entonces son hoy padres de familia, trabajadores, empresarios.
Mirándolo no lo dirías, pero está a punto de jubilarse. No lo dirías porque siempre llega al instituto con la risa en los labios, y algún comentario gracioso para sus compañeras ... “¡Cómo enseña esa profesora!”. Y se dirige a sus clases con la misma energía, o más, que los que llevamos muchísimo tiempo menos que él batallando con los alumnos.
Y eso que se las ha tenido que ver de todos los colores. Primero como maestro en una escuela pública de barrio, luego ya en la secundaria, encargándose de las UAC, Aulas Obertas o cualquier otro eufemismo con que la administración quiera etiquetar a esos alumnos con los que los demás no sabemos qué hacer.
No utiliza las TIC, y ... sinceramente ¡ni falta que le hace! Me río yo de los que piensan que los profes jóvenes conectan más, son más motivadores, porque están más cerca de la realidad de la generación bit.
Sus alumnos lo quieren y lo respetan. Lo respetan porque representa para ellos esa figura de la que, por desgracia, tantos carecen: la autoridad, que les dicta lo que está bien, y reprime lo que está mal, desde el respeto y desde el diálogo. Es el único profesor que yo haya conocido nunca al que sus alumnos de todas las generaciones llaman Sr. López.
Ahora nos toca despedirnos del compañero (no del amigo), y lo hacemos con una celebración íntima, nada oficial. Y todo se reviste de un halo agridulce. La alegría de Pepe por su merecido descanso y la tristeza por sensación de orfandad que nos queda a los que tendremos que seguir al pie del cañón sin sus consejos.
Pepe, te deseamos lo mejor.
Comentarios
Seguro que él también se alegra de tener compañeros jóvenes como tú, que el negocio se trata de valorar lo positivo y saber transmitirlo.
Creo que nunca te he dejado un comentario en tu blog, aunque nos hemos cruzado en varios sitios. Gracias por tu comentario.
Mi "Sr. López" particular era un "Sr. Navas". Desde que lo tuve, llevo siempre conmigo "Alfanhuí" como libro de cabecera (lo que no es poco). Hay maestros que tienen, además de muchas virtudes contrastables, un "no sé qué" que los hace muy especiales. Pero quizá casi siempre pasa por ese difícil equilibrio de autoridad, respeto, rigor, seriedad, justicia, comprensión, humanidad y confianza.
Un saludo cordial,
Gonzalo